Restaurante La Francesa del Carmen





 








Hoy es jueves y salimos Ángel y yo de los restaurantes del centro, hace mucho tiempo que no salimos de los más cercanos, trabajando se hace difícil construir momentos. Como siempre me ha gustado decir, las circunstancias o las construyes o te las construyen, o la dos cosas a la vez que suele ser lo más habitual. En la vida o te dejas llevar por la corriente o remas de vez en cuando y consigues  no seguir la línea continua de la rutina. Un cierto esfuerzo es siempre necesario para salir de una cierta pereza, la que tiene la mente humana de ir siempre a lo más fácil y lo más seguro...
Hoy remamos hacia la calle Felip María Garín 4 en Valencia, dónde se encuentra el restaurante Suquet La Francesa del Carmen, por el nombre nadie lo ubicaría en la primera calle a la izquierda del comienzo  de la Avenida del Puerto, frente a la gasolinera de Aragón, pero ahí está, por si algún lector despistado quiere probarlo.

Hace algunas semanas me citaron en él para una comida de trabajo y me sorprendió el menú, el costo y la cantidad de personas que lo frecuentan a diario, sin duda tienen una fórmula de éxito: buena calidad a buen precio. Y todo ello bien medido, las empresas tienen que ganar dinero para perdurar en el tiempo y no venimos de una época nada fácil para la restauración.

Solemos pedir el menú diario, en este caso, dos entrantes a elegir y un arroz hecho al instante, algo muy de agradecer en tiempos de tanto precocinado. La casa te pone al centro una patatas bravas con ajo aceite de avellana, muy ricas a mi criterio. De entradas pedimos Tartar de Salmón, muy conseguido, teniendo en cuenta que el salmón no es uno de mis pescados favoritos, y un trozo de calamar plancha de buena calidad, y el broche lo pone el arroz del senyoret, muy a mi gusto y en el caldero, para terminar varios postres dulces, pero nosotros nos vamos a la piña natural, por aquello de cuidarse un poco. Todo ello por 17,50 € y con un servicio muy correcto. Los entrantes son pequeños, me parece lógico por costos y calidades, y además ayudan muy bien a que no sobre ni un grano de arroz, con el postre acabas sobradamente saciado para un día de entre semana en el que por la tarde hay que seguir trabajando. Lo recomiendo bajo estas pautas.

El día es fresco, de otoño, comemos en la terraza y no molesta, no hay viento y el techo hace su papel. Ángel y yo como siempre charlamos ávidamente sobre cualquier aspecto de la vida que surja en el encuentro, nos conocemos bien, desde hace muchos años, yo diría que unos 20 y hemos compartido muchos momentos construidos y sin construir y en muy distintas circunstancias, algunas conversaciones ya son conocidas o nos resuenan en los adentros, la economía suele ser un tema frecuente, a tener de que mueve el mundo, también a nosotros no cabe duda, solemos llegar al macroeconomía y ahí sí, me pierdo o mejor me quiero perder, de hecho se pierden hasta los más eruditos tertulianos. Pasamos a temas más vitales, no ponemos al día cada uno en su circunstancia, Ángel está contento, uno de sus hijos, si nuera y su nueva nieta vinieron a visitarlo unos días. Estas cosas me alegran mucho, dar vida y el nido emocional que construimos con los hijos, sabiendo además que volarán y dejaremos de ser actores principales para actuar como secundarios, pero eso sí, secundarios necesarios. Lo suelo expresar así: Solo con el hecho de existir ya nunca te sientes solo o al menos así lo percibo.

Cuesta salir de las rutinas, tan necesarias a veces y tan peligrosas otras. Como amigos, Ángel y yo intentamos hacerlo con nuestra comida semanal, si nada lo impide, ahí estamos, viviendo y construyendo momentos que además nos gusta compartir en este blog contigo. La vida siempre tiene un paréntesis donde rellenar la intrahistoria.






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